Le he dado muchas vueltas a cómo empezar este artículo y, tras mucho pensar, me dije: Cristina, comienza por el principio.
Así que allá voy… espero que me acompañes a lo largo de estas líneas. Ojalá te sientas identificado/a en algún punto y, quién sabe, quizá te inspire a poner en marcha “tu principio”.
El despertar de una inquietud
Desde que tengo memoria, siempre he sentido un impulso natural por ayudar a los demás. Crecí en una familia numerosa, donde aprender a compartir y cuidar de los otros era parte de nuestra vida diaria. Tanto en casa como en el colegio la solidaridad y el apoyo a quienes más lo necesitan siempre fueron valores fundamentales. Sin embargo, al crecer, mis prioridades cambiaron: empecé a estudiar en la Universidad, viajar, salir con amigos, y a enfrentarme a mis primeros trabajos. La vida me mantenía muy ocupada, y poco a poco, esa inquietud por ayudar quedó en un segundo plano.
Todo cambió hace un par de años, justo después de la pandemia. Esa sensación de “querer hacer algo por los demás” volvió con fuerza. La pandemia me enfrentó a mis vulnerabilidades y, al mismo tiempo, me recordó lo afortunada que soy: me crié en un entorno amable, nunca me faltó nada, tengo una familia que me quiere, tengo un hijo que crece sano y feliz, y trabajo en una empresa que me valora y me permite desarrollarme tanto personal como profesionalmente.
Pero con toda esa suerte vino también una sensación de deuda, no hacia alguien en particular, sino con el mundo en general. Sentía que debía devolver algo por todo lo bueno que la vida me había y me estaba dando. Necesitaba agradecer de alguna forma el “haber nacido en la parte amable del mundo” y pensé: ¿por qué no hacerlo cediendo algo muy valioso para mí? Mi tiempo.
El empujón que necesitaba
Durante meses conviví con esa inquietud y la intención clara de hacer voluntariado, pero no sabía bien por dónde empezar. Me faltaba claridad sobre dónde o cómo ayudar y, sobre todo, decisión para dar ese primer paso. Mi cabeza inventaba mil excusas para no pasar a la acción.
Es curioso cómo, a veces, las ganas están presentes y el destino parece claro, pero el camino se vuelve difuso y los miedos no te permiten empezar a recorrerlo.
Todo cambió en una reunión para planificar la estrategia de RSC de Restoledo, la empresa donde trabajo. En esa conversación con Bruna, David y Vicente, del Grupo Cecap escuché por primera vez el concepto de “voluntariado corporativo”. De repente, todo cobró sentido. Supe que esa era la oportunidad que estaba esperando.
Me pareció una iniciativa fantástica. No solo conectaba con mi propia inquietud de ayudar, sino que también pensé que muchos de mis compañeros podrían sentirse igual que yo: con ganas de contribuir, pero sin saber cómo empezar. Que la empresa sirviera como puente para facilitar este proceso me pareció no solo una gran idea, sino una extensión natural de nuestros valores empresariales. En Restoledo siempre hemos cuidado de las personas, y el voluntariado corporativo no es más que una nueva forma de hacerlo.
Experiencias que transforman
Hace un año, di mi primer paso en el voluntariado participando en la Carrera Solidaria de EUROCAJA Rural a favor de la ELA, una actividad que gestioné a través de la app Movilíza-T. Esa primera experiencia fue el impulso que necesitaba para seguir buscando otras formas de ayudar.
Poco después, tuve la oportunidad de involucrarme en otras acciones que fueron dejando su huella en mi.
Una de ellas fue en Torrijos, donde celebramos la Navidad en el Centro Ocupacional y de Día Dr. José Portero. Pasar tiempo con las personas del centro me recordó lo importante que es la compañía y el apoyo en fechas tan especiales.
Otra bonita experiencia fue en la Plaza de Zocodover, colaborando con Afanion en la celebración del Día del Niño con Cáncer. Esa mañana pude reforzar mi vínculo con esta asociación, con la que ya tenia relación por otros motivos, y ser testigo de la increíble fortaleza de las familias a las que apoyan, así como de la maravillosa labor que realizan.
Finalmente, durante la primavera participé en un taller de apoyo a la lectura en Down Toledo. Ver el esfuerzo y entusiasmo de los chicos y chicas mientras leían y aprendían me marcó muchísimo. Su energía y sus ganas de superarse me enseñaron lo enriquecedor que puede ser dedicar tiempo a los demás.
Estos pequeños gestos tienen un impacto mucho mayor del que uno imagina. Tanto en quienes reciben la ayuda como en quienes la ofrecemos.
Más allá de los tópicos
Reflexionando sobre lo que estas acciones han aportado a mi vida, me encuentro con verdades que parecen tópicos, pero que son absolutamente reales: “recibes más de lo que das” es una de esas grandes lecciones.
El voluntariado me ha permitido conectar con personas cuyas realidades son muy diferentes a la mía, y esa visión ha enriquecido profundamente mi vida.
Cada vez que participo en alguna actividad como voluntaria, siento una satisfacción enorme. Me hace sentir bien, útil, me hace sentir una mejor persona. Además, he desarrollado nuevas habilidades y he despertado otras que estaban adormecidas, pero por encima de todo puedo decir que me he sentido genuinamente feliz.
El poder de un pequeño paso
Si has llegado hasta aquí, quizás compartas esa inquietud de hacer algo por los demás, pero aún no has dado el primer paso. Sé lo que es tener ganas de ayudar y sentir que no sabes por dónde empezar. Lo importante es recordar que no hay un momento ideal ni una fórmula perfecta: lo único que hace falta es querer.
Te animo a que des ese primer paso, por pequeño que te parezca. Cada segundo de tu tiempo es valioso, aunque creas que es poco. Lo que para ti puede ser un gesto sencillo, para otra persona puede significar mucho más de lo que imaginas. Ese pequeño acto, por mínimo que parezca, tiene el poder de cambiar vidas, incluida la tuya.
El voluntariado nos enseña que todos tenemos algo que ofrecer. No se trata solo de lo que damos, sino de lo que aprendemos y recibimos a cambio.
Así que, ¿por qué no empezar hoy? Si alguna vez has sentido ese impulso, no lo dudes más: tu tiempo, tus manos y tu corazón pueden marcar la diferencia.
Cristina Elices Navarro